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El Mayor Crimen

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Gris, gris era todo lo que veía pasar a través del vidrio, todo lo que mi prisión me dejaba observar. El olor de mi vida y los colores de la libertad habían quedado olvidados, atrapados en lo que sería su hogar durante el resto de su inerte existencia, el pasado. Y qué es el pasado, más que la residencia de todo eso que ya no está, todo lo que estuvo, lo que ya no existe. Y aun así, qué sería de todos nosotros sin él, sin esa sombra, que a pesar de haberse despojado de su existencia, es la base para construir el presente y es también el autor anónimo del boceto invisible del futuro que deseamos. Y ¿No es, realmente, el pasado?, en su intangible figura, en su vacío delineado, la propia imagen de la realidad, indudablemente basada en hechos que cesaron de existir.

El gris que ocupaba mis pensamientos dejó de cubrir mi vista para dar lugar a un espacio abierto. El mismo gris que me cegaba antes ahora era una muralla que rodeaba una estructura sin forma. Tubos y paredes de un gris húmedo se unían para crear la vista de la prisión que no volvería a ver desde este punto. Me tomé un momento para intentar crear un recuerdo de la imagen, mas la carencia de sentido e importancia lo hizo imposible. Aún podía ver el cielo, lo aprecié, y pensé en lo cruel que era, realmente, arrebatarnos la vista de aquella bóveda. Era como sí quisieran separarnos totalmente del resto de la población, socavar las cosas en común que podríamos tener con el exterior, hasta que no reconozcamos nada de ese mundo, hasta dejar de ser parte de él. El azul del cielo se encogía para dar espacio al edificio que se erguía, cada vez mayor, frente a mí.

Finalmente la sombra, creada por las paredes que se cerraban sobre mí, engulleron lo poco que quedaba del azul que pronto olvidaría. Fijé mi vista entonces, por primera vez, en la jaula en la que me encontraba. Las paredes blancas se tornaban grises por la poca iluminación que atravesaba las rejas con las que podía ver al exterior. Pero solo eso veía, no pensé hasta ahora, que existiera la posibilidad de que me encontrara solo, encerrado. De cierta manera me alegré al darme cuenta de esto, ya que nadie, más que yo, sufriría de esta alienación. La lobreguez cedió ante una luz artificial que me hizo entrecerrar los ojos y antes de poder acostumbrarme totalmente escuché el chillido metálico de unas bisagras abriéndose. Sin poder diferenciar el rostro al cual pertenecía la mano que encontró mi camisa, fui jalado fuera del vehículo y con la memoria de un cuarto blanco mi visión se ennegreció.

Me desperté tendido en el suelo con un martilleo en la cabeza que no me dejaba ubicarme apropiadamente. A pesar del vaivén de mi conciencia logré escuchar el eco de una multitud en la lejanía, antes de que mi inconsciente se tragara lo poco que reconocía de mi entorno. Cuando recobré por segunda vez mis sentidos seguía con mi cara en contra del frío cemento, esta vez no escuchaba nada y el dolor había casi desaparecido. Me levanté con dificultad y miré a mi alrededor, tres paredes grises y una puerta de barrotes delimitaban la habitación de aproximadamente cuatro metros que se volvería mi realidad por el resto de mi vida. Me acerqué poco a poco a las tubos de metal que me separaban del exterior hasta aplastar mi cara entre ellos, allí denoté la inusual oscuridad que me rodeaba. Pensé que se trataba simplemente del efecto de la luz brillante de mi celda en mis pupilas, lo que me impedía diferenciar con claridad el exterior y le resté importancia. Al darme la vuelta fijé la mirada en una cama, la cual no había notado antes, esta se sostenía sobre el suelo por dos cadenas conectadas a la pared y estaba cubierta de una tela blanca.

Respiré hondo y me acosté en el mueble que se encontraba frente a mí. Solo en este momento posé mi pensamiento en la duda de si eran realmente, mis acciones, merecedoras de este encarcelamiento. No sentía remordimiento al recordar, sino todo lo contrario, no podía ver cómo pude haber actuado de una manera distinta sin traicionarme a mí mismo. Me parecía imposible encontrar la falta de moral de la que me acusaban. Para mí, esa misma moral de la que hablaban era la que me había obligado a cometer aquellos actos. Lo que hice fue más que ejecutar simples acciones, estas eran representaciones de lo que yo realmente soy, o era. Finalmente, lo infructífero de mi lucubración y mi falta de resistencia me llevó a deslizarme a los brazos de Morfeo dejando atrás la habitación y todo lo demás.

Desperté gritando, maldiciendo a mi mente por recrear las últimas escenas de mi vida en libertad. Me senté al borde de la cama pasando mi mano por mi cara y me di cuenta de que sentía mi estómago lleno. Así mismo, no sentía ningún tipo de necesidad fisiológica y mi ropa había sido cambiada. No me dio tiempo de encontrar una respuesta a las incógnitas que me avasallaban cuando una luz amarillenta y difuminada se encendió fuera de mi celda. Me acerqué, curioso y con cautela, a los barrotes hasta quedar a medio metro de ellos. No me detuvo entonces  mi falta de curiosidad, si no una voz que me ordenó “No se acerque más a la puerta”. Me detuve e inspeccioné mejor mi habitación, buscando algún indicio de alguna cámara o dispositivo electrónico, pero no encontré nada. Forcé mi vista enfocando aquello que se encontraba en el exterior y poco a poco lo que era un manchón amarillo sin forma se convirtió en una caceta de vigilancia. Sin importar lo mucho que me esforzara no pude distinguir nada más allá de la silueta de aquella estructura. Mis dudas al respecto de la posibilidad de estar siendo observado no parecían encontrar respuesta en la observación de dicho lugar por lo que dejé de lado mis intentos por ese momento.

Nada sucedió durante las horas, o días, o semanas, que siguieron a ese acontecimiento. Los instantes se reducían solo a ese ciclo infinito de despertar con el estómago lleno y ropa nueva, sin nada que hacer, sin nadie nunca a la vista. Un día, mientras repasaba momentos de mi antigua vida (lo cual era bastante común dada la inexistencia de algo mejor que hacer), escuché una voz, era distante, pero podía notar como aumentaba su intensidad y lo que antes eran susurros se volvieron gritos. Me lancé a los barrotes ignorando la voz que repetía robóticamente el mensaje de alerta y uní mi voz a los gritos. Por alguna razón, no podía soportar el sufrimiento de aquella otra persona, sentía una angustia dentro de mí como nunca antes. Mas solo fue hasta que sentí el impacto de una carga eléctrica que vino del metal que tenía en mis  manos y todo volvió a oscurecerse.

Me desperté con mi cuerpo cansado y con vendas en las manos, sentía la piel sensible bajo la gaza, me levante y me dirigí hacia la puerta sin acercarme totalmente. Grité entonces “¿Alguien ahí?” Pero el silencio fue quien respondió mi pregunta. Miré entonces la pantalla de luz amarilla y alcé mi voz hacia ella “¿Qué le hicieron al otro? ¿Por qué no he visto a nadie?” mas, otra vez, el vacio que me rodeaba fue el autor de la réplica.

Con el pasar del tiempo se diezmaba mi calma, la incertidumbre sobre todo lo que sucedía alrededor mío no me dejaba descansar. Sentirme en constante observación por aquella luz, aun sin saber con certeza si ese era el caso, me hacía sentir inseguro incluso de mí mismo. La falta de contacto social tuvo consecuencias en mis pensamientos, no podía concentrarme en una sola cosa por largos períodos. Incluso existían momentos en los que me sorprendía sentado en el piso, con la mirada clavada en la pared y sin nada en mi mente, ni siquiera el recuerdo de haber despertado. Voces empezaron a inundar mi cabeza, usando mi voz para poner a mi psique en mi contra, llegaban en los momentos precisos, como un cuchillo que se enterraba en mi piel justo en mis momentos de debilidad. Fue corto, o tal vez no, el tiempo que le tomó a estos otros tomar control de mis acciones, cada vez que recobraba mi conciencia, o lo que pienso que era mi conciencia, era acorralado por ellos, me impedían actuar y me expulsaban de mi propio pensamiento. Más temprano que tarde dejé de intentar y me volví el pasivo observador de mi propia existencia.

Un día, desperté sin estas voces. Sonreí extrañado y lo atribuí todo a un mal sueño, pero esta quimera fue destrozada por la violenta realidad. No sentía en mis manos la gaza que algún tiempo atrás había sanado mis heridas. Entendí entonces que este no era más que último momento de cordura que experimentan los que están a punto de perder la cabeza de una vez por todas. Recordé cómo, hace tiempo, atribuí al pasado los eventos presentes y futuros, y vi lo absurdo de mi reflexión. Cómo, de eso que ya no existe, de aquello que me trajo tanta felicidad, podría devenirse lo que ahora me sucedía. Pensé entonces que la verdadera respuesta lógica era que ni pasado, ni presente, ni futuro existían a dependencia de ningún otro. Cada uno era único y separado, y se daba por el simple hecho de ser, de estar allí, de envolvernos en ellos y hacernos creer que de ellos provenimos. Mientras pensaba esto, sentía como de nuevo, y por última vez, me desligaba de mí. Empecé a reír, primero en mudo, avanzando hacia las carcajadas que dieron cabida a los gritos. En ellos, imploraba inútilmente a estas voces que me dejaran en paz. Cerré los ojos en este momento y sentí como el mundo se movía bajo mi cuerpo. En el fondo escuché una voz, no la reconocía al principio pero mientras fue creciendo en intensidad, fui identificándola como la mía. Pensé que se trataba, en primera instancia, de una más de aquellas que intentaban dominarme pero al prestarle más atención, me di cuenta de que no provenía de mí. Abrí los ojos, ya sin controlar los gritos que salían de mi garganta y vi mi cara, entre unos barrotes, mirando al vacío, iluminada por aquella luz amarilla, enseguida escuche aquel familiar estallido eléctrico seguido por la penumbra, a la cual me sumí, fuera de mí, para siempre.
Bueno, se que hace mucho tiempo que no subo nada a esta página, pero aquí está esta historia corta. Espero que guste a quien la lea.
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